Desde tiempos del Rey Salomón, la Azucena, representa el canto a la pureza y a la majestuosidad, el candor y la belleza.
Tú, Santa María, sigues siendo para el pueblo cristiano el modelo de referencia que nos invita a valorar y vivir los secretos que te hicieron grande y preferida ante Dios.
No dejes, Santa María, que nuestro ser se degrade por la contaminación que constantemente invade y desvirtúa nuestras ganas de ser mejores y de ser diferentes a los demás.
“¡Engrandece mi alma al Señor!”, supiste responder con emoción contenida la salutación del ángel, tal vez sabedora que Dios se enamora del corazón que sabe guardar la belleza inapreciable al ojo humano.
“El mayor bien que podemos hacer a los otros no es ofrecerles nuestra riqueza, sino llevarlos a descubrir la propia” (L.Lavelle)
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